Él escuchaba el tictac de los relojes. Despertadores, relojes de pared y de pulsera, los oía a todos. Cuando le mostraron una foto del Big Ben casi queda sordo sólo de imaginar el ruido de semejante maquinaria. Incluso oía el funcionar de los relojes digitales, el de esos era un punzante zumbido electrónico. En una de sus estancias en el psiquiátrico la vio, le pareció una mujer común pegada a un barato reloj rojo de plástico. Ella dulcemente le sonrió y entonces por fin ese día, a las cinco de la tarde, se callaron todos los relojes.
domingo, 9 de marzo de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario